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La Familia Afectiva

Desde que nacemos tenemos la necesidad de pertenecer a un grupo porque de ello depende nuestra supervivencia, y aunque ahora pueda parecer exagerado, hubo un tiempo en que realmente era así: si no pertenecías a la tribu te comían los tigres.

Pertenecer a un grupo nos da seguridad y comenzamos a experimentar este sentimiento en nuestra familia de origen, al menos en la mayoría de los casos. Más tarde, a medida que crecemos, vamos sumando a nuestros círculos de confianza a más personas. De esta forma diferenciamos a nuestra familia biológica, la que nos viene dada, de nuestra familia afectiva, la que vamos creando.

Según va pasando el tiempo iremos conociendo gente: colegio, instituto, universidad, trabajo, ocio…y de cada lugar puede que tengamos la suerte de sumar a esa familia a algunas personas. También pasará que muchas de ellas saldrán de nuestra vida dejando espacio a las que vendrán. De esta forma nuestra familia afectiva es un ente vivo de personas que entran y salen y de alguna manera dejan huella en nosotras.

Si haces un repaso por tu familia afectiva verás rápidamente que son esas personas que te nutren, que te aman tal y como eres, que te escuchan sin juicio, que te ofrecen sus brazos para descansar, sus hombros para llorar y siempre están cuando las necesitas, independientemente de las distancias.

Agradece si tienes en tu vida aunque sólo sea una o dos personas que formen parte de esta red de apoyo y sostén y celebra la suerte de contar con ellas al igual que ellas cuentan contigo, porque este movimiento ha de ser recíproco para que esa familia funcione.

Puede darse el caso de que personas de tu familia biológica también formen parte de esa familia afectiva, entonces, ¡enhorabuena! porque será que tus vínculos familiares afectivos son nutritivos y bientratantes.

Es nuestra responsabilidad a lo largo de nuestra vida el buscar a esas personas que serán nuestra red cuando haya que saltar al vacío. En los talleres es muy bonito ver cómo auténticas desconocidas acaban siendo amigas del alma. Todo lo compartido las une y las coloca en un lugar de horizontalidad donde la equidad es la mayor recompensa.

Y al igual que pertenecemos a una familia afectiva podemos dejar de pertenecer por cualquier circunstancia de la vida. En ese caso, agradecemos el tiempo pasado con esa familia, todo lo bueno que nos ha dado, lo que nos ha nutrido y nos vamos con el corazón triste pero henchido de felicidad. También dejamos en ella todo lo bueno que hemos dado y hemos ofrecido, esa huella que habrá marcado a personas para toda la vida.

Ese justo equilibrio es el que nos hace crecer como personas. Saber dar y recibir dentro de nuestros grupos, y es uno de los órdenes que veremos más adelante. De momento te invito a pensar sobre todas esas personas que forman parte de tu familia afectiva y a agradecerles todo aquello que han traído a tu vida.

Llena tu corazón de alegría y tu vida se llenará de luz.

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